El Significado de la Enfermedad

¿Aparecen nuestras dolencias al azar para transformar nuestra estancia en la tierra en una dolorosa prueba, o tienen un mensaje oculto? En este último caso, ¿el descubrir      un significado profundo de la enfermedad puede  hacernos avanzar en el camino del conocimiento?
Para nosotros, homeópatas, la segunda hipótesis es la válida. Consideramos la vida terrestre como un recorrido iniciático en el transcurso del cual hay que resolver cierto número de problemas, como peldaños que se han de subir… o bajar.
Frente a cada peldaño, se produce un nuevo desequilibrio, se plantea una nueva pregunta. Si conseguimos responderla, todo va bien; si no, se instala el desequilibrio que constituye el lecho de la enfermedad.
Los elementos exteriores (por ejemplo, los diferentes microbios y virus que nos rodean) aprovechan este desequilibrio, precipitándose en la brecha abierta como el agua en el casco de un navío en peligro de naufragio. Es necesario pues hacer limpieza en nuestro propio interior, equilibrar este formidable mundo celular que constituye nuestro cuerpo, para vivir en estado de salud.
Son numerosos los acontecimientos de la Historia o de la actualidad que dan testimonio de la sed de libertad del hombre. Pero ¿dónde está la libertad del individuo sometido a los caprichos de su inconsciente? Problemas no resueltos durante la infancia repercuten sin nosotros saberlo en nuestros comportamientos de adulto, como demuestran desde hace un siglo los psicoanalistas que han seguido a Sigmund Freud. ¿Cómo podemos sacar a la luz este inconsciente para evitar ser sus esclavos? Como dice Víctor Hugo-. “Todos somos unos miserables”. ¿Cómo podemos cortar las cadenas que arrastramos con los pies desde nuestra infancia?
El inconsciente se expresa en los sueños, algunas veces en los delirios. Pero sobre todo, está de hecho en el origen de nuestras dolencias físicas. Las enfermedades son el lenguaje del cuerpo, que expresa el inconsciente. Las palabras que no se han dicho se transforman en males físicos. En lugar del mot ditl aparece el maudit, y a veces durante varias generaciones. (Es un juego de palabras en francés en el que mot dit, “palabra dicha” o “pala¬bra que se dice’”, se transforma en maudit o “maldito”. )
De los males a las palabras, la homeopatía, método terapéutico inventado por S. Hahnemann a finales del siglo XVIII, puede permitirnos descubrir la clave de este lenguaje del cuerpo.
El homeópata que escucha y observa los sufrimientos de sus enfermos va a buscar un remedio homeopático “semejante”, es decir, capaz de provocar en un individuo sano los mismos síntomas. Numerosos voluntarios sanos, desde S. Hahnemann, han tomado remedios homeopáticos y, al repetirlo varios días seguidos, han experimentado todos los síntomas que estos remedios provocaban en ellos; es lo que se llama hacer patogenesias.
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El conjunto de las patogenesias es lo que se denomina la materia médica homeopática. Cada remedio tiene miles de síntomas, y hay miles de remedios que representan toda la expresión del sufrimiento humano.
S. Hahnemann tuvo el ingenio de experimentar substancias naturales procedentes de los mundos mineral, vegetal y animal que constituyen nuestro entorno. Al estar el ser humano en la cima de la creación, todo lo que compone nuestro cuerpo se encuentra en el mundo que nos rodea. De esta forma, los investigadores que estudian el funcionamiento íntimo de nuestro cerebro han encontrado en él los neurotransmisores, sustancias químicas semejantes a las que encontramos en el mundo vegetal, como por ejemplo los opiáceos (morfinas) o la estricnina (Nux vómica). Para hacer funcionar nuestro cerebro, nuestro pensamiento, utilizamos sustancias semejantes a las que se hallan presentes en determinadas flores, y ello en dosis homeopáticas [los neurotransmisores son segregados en el espacio intercelular en cantidades de 1010 moles/litro, lo que equivale a la quinta dilución centesimal hahnemaniana (5 CH)].
En el mundo médico “clásico” existe en la actualidad una separación total entre la medicina “orgánica”, que trata nuestros órganos “materiales” en sus disfunciones utilizan¬do medicamentos, y la psicología y el psicoanálisis, que solamente se interesan por el mundo del pensamiento y del espíritu, y tratan los trastornos con el discurso, la palabra, el verbo. La homeopatía es un puente que permite unir estos dos mundos.
El remedio homeopático, sustancia material al comienzo (las tinturas madres de plantas con dosis ponderables), se diluye y dinamiza hasta dosis imponderables donde la “materia” desaparece progresivamente para dejar paso al mensaje, al espíritu, sin duda gracias a lo que varios investigadores valientes como Luu, Poitevin y Benveniste han denominado “la memoria del agua”. En efecto, el agua, y sobre todo la mezcla agua/alcohol a 60% -o aguardiente-parece capaz de detectar, copiar y transmitir las informaciones contenidas en las sustancias que han sido disueltas, como las limaduras de hierro guardan la huella del campo magnético incluso después de haber retirado el imán. Lo fantástico consiste en que el agua no encuentra ninguna barrera en nuestro cuerpo. Se difunde por todas partes y con mucha rapidez… Y mientras que los medicamentos “clásicos” no pueden atravesar ciertas barreras salvo en dosis importantes no desprovistas de efectos secundarios (barrera intestinal, barrera hematoencefálica), los remedios homeopáticos las pasan de inmediato en pequeñísimas dosis no tóxicas.
He aquí por fin una solución al problema de contaminación interna que representa la farmacia alopática clásica que consumimos en demasía. En numerosos casos, el que la homeopatía se haga cargo de los enfermos constituye una respuesta más sana y más económica (las diluciones homeopáticas realizan cotidianamente el milagro de la multiplicación de los panes: un gramo de tintura madre de Árnica permite la curación de toda la humanidad con Árnica 15 CH).
Prof. Dr. Didier Grandgeorge

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